Cada lengua se construye a sí misma según sus propios hablantes. Sin ellos no es nada, pero ¿podrían los hablantes seguir ejerciendo sin idioma o lenguaje alguno? Los dos elementos generan una situación de interdependencia y, mutuo enriquecimiento. Los griegos contaban con un sistema de 7 vocales y tres acentos diferentes; el chino consta de más de 130 símbolos silábicos -y los usan-; y ya se han descifrado cerca de 3000 jeroglíficos egipcios y se siguen encontrando cada año. ¿Por qué el español, la más rica de las lenguas occidentales, insiste en simplificarse en lugar de ampliar su sistema de signos a imitación de las más grandes civilizaciones que conoció el mundo? ¿Por qué andar haciendo malabarismos al tratar de comunicarnos con 27 letras cuando podríamos dominar 31? Luego de un siglo de dudosas gestiones, la Real Academia Española estudia por primera vez la posibilidad de añadir 4 unidades a su actualmente vergonzoso sistema alfabético: a la reincorporación de los viejos caracteres dobles ch (chanchos), ll (llamarada) y rr ([chu]rrasco) se le agrega la consonante nasal propuesta en 1904 por el lingüista y químico ruso Dimitri Mendeléiev para el idioma francés, en principio, y extendida luego al español y al coreano. Se trata de la consonante bilabial nasal palatalizada, cuya función más concreta, aunque todavía no se ha descubierto el total de sus posibilidades, es suplir muchos casos que en español pronunciamos con el grupo mi. Por ejemplo: miércoles, miope, amianto.
De ser aceptada la propuesta, el abecedario quedaría conformado por 31 caracteres reales y encontraría su versión más larga en la historia de los alfabetos españoles.
Arrib.: Aspecto aproximado de la consonante
en sus dos versiones: Mayúscula y minúscula.
Abaj..: Lugar tentativo que ocuparía en el
abecedario «extendido». La otra variante lo
ubica en la posición 17º, entre la m y la n.